Al finalizar la II Guerra Mundial, una Inglaterra destrozada por la contienda necesitaba dejar atrás los horrores bélicos y afrontar la reconstrucción de un tiempo nuevo. Como símbolo del cambio, la boda en 1947 de la por entonces Princesa Isabel, hija del monarca Jorge VI, con Felipe, Duque de Edimburgo, supuso una refrescante invitación al optimismo.
La joven pareja (ella tenía 20 años -lo que provocó alguna discusión con su familia, poco propicia a permitir que se casara tan joven y, encima, con un hombre de escasa fortuna cuyas hermanas habían contraído matrimonio con nobles alemanes cercanos a los nazis- y él, 25) se había conocido siete años antes, durante la boda de la prima de ella, Marina de Grecia. El 9 de julio de 1947 anunciaron oficialmente su compromiso y contrajeron matrimonio el 20 de noviembre de ese mismo año, en la Abadía de Westminster.
Felipe hubo de realizar numerosos sacrificios para casarse con Isabel, de quien era y es primo segundo: renunció a sus títulos daneses y griegos, abandonó la fe ortodoxa para abrazar el anglicanismo y pasó a denominarse teniente Felipe Mountbatten, empleando así el apellido de su familia materna, que era británica. El título de Duque de Edimburgo le fue concedido justo antes de la boda.
La ceremonia, a la que asistieron 2.000 invitados y que fue retransmitida en formato radiofónico por la BBC a 200 millones de radioyentes de todo el mundo, estuvo oficiada por los arzobispos de Canterbury y de York.
Era una época de escasez, de posguerra, y los prometidos también lo notaron. Isabel hubo de usar cupones de racionamiento para reunir los materiales que necesitaba para confeccionar su vestido, en satén de color marfil, con bordados de tul, decorado con hilo de plata y 10.000 perlas blancas de América. Norman Hartnell fue el modisto encargado del diseño.
El ramo que lució estaba compuesto por orquídeas blancas y una ramita de mirto, extraída del arbusto que la reina Victoria había plantado después de su boda. Al concluir la ceremonia, dicho ramo fue depositado sobre la tumba del soldado desconocido, al igual que hiciera su madre en 1923. El único percance que sufrió Isabel fue la rotura de su tiara poco antes de la ceremonia, pero el joyero real logró arreglarla de urgencia. El banquete tuvo lugar en el Palacio de Buckingham.
“Un toque de color en el duro camino que hemos de recorrer”. Así describió Winston Churchill el enlace. Los recién casados recibieron un total aproximado de 2.500 regalos procedentes de todo el planeta. Como destino de su luna de miel escogieron New Hampshire, en los Estados Unidos; posteriormente también pasaron unos días en el castillo escocés de Birkhill. Cinco años después -y ya con dos hijos: Carlos y Ana-, en 1952, Isabel fue proclamada reina, recibiendo el nombre de Isabel II.